El terremoto de Haití: fe y amor en acción
El terremoto de Haití: fe y amor en acción
El martes 12 de enero de 2010, a las cuatro y cincuenta y tres de la tarde, Evelyn oyó un rugido semejante al de un avión en pleno despegue y sintió que el suelo se estremecía. No muy lejos de donde se encontraba, las vigas de hormigón se partían y los edificios se derrumbaban estrepitosamente. Cuando cesó el temblor, Evelyn subió a un lugar más alto y observó una escena dantesca. Por todas partes se oían los quejidos de la gente, y una nube de polvo se elevaba por encima de Puerto Príncipe, la capital haitiana.
EN POCOS segundos se desmoronaron casas, edificios del gobierno, bancos, hospitales y escuelas. Pereció gente de todos los estratos sociales. Los informes indican que hubo más de doscientos mil muertos y alrededor de trescientos mil heridos.
Muchos de los supervivientes permanecían aturdidos y en silencio, sentados junto a las ruinas de sus hogares. Otros apartaban frenéticamente los escombros con las manos tratando de rescatar a vecinos y familiares. Se cortó la energía eléctrica y pronto cayó la noche, así que los rescatistas se vieron obligados a utilizar linternas o velas.
En la ciudad de Jacmel, un niño de 11 años llamado Ralphendy quedó atrapado bajo los restos de un edificio medio derruido. Durante horas, un equipo de rescate de la ciudad se esforzó por liberarlo. Las réplicas obligaron a estos hombres a abandonar, pues temían que los pisos superiores se vinieran abajo y los sepultaran. Philippe, misionero de los testigos de Jehová, se negó a rendirse: “No podía dejar que Ralphendy muriera allí”.
Philippe y otros tres se metieron por un hueco entre los cascotes del edificio caído y avanzaron lentamente hasta el muchacho, cuyos pies habían quedado atrapados en el derrumbe. Era medianoche cuando con mucho cuidado comenzaron a levantar escombros. Cada vez que temblaba la tierra, oían crujir las placas de hormigón que se movían sobre sus cabezas. A las cinco de la mañana, más de doce horas después del terremoto, consiguieron sacar con vida a Ralphendy.
Por desgracia, no todos los intentos de rescate terminaron bien. En la castigada ciudad de Léogâne, Roger y su hijo mayor, Clid, lograron salir de la casa antes de que se derrumbara. Su hijo menor, Clarence, murió. La esposa de Roger, Clana, estaba viva y podía hablar, pero un pedazo de techo le oprimía la cabeza. Roger y un amigo se afanaron por liberarla. “¡Date prisa! —rogaba sepultada bajo los escombros—. ¡No aguanto más! ¡No puedo respirar!” Tres horas más tarde llegó un equipo de rescate, pero cuando la sacaron, ya estaba muerta.
Miércoles, 13 de enero, segundo día
La luz del día reveló la magnitud del desastre. Gran parte de Puerto Príncipe estaba destruida. A medida que las noticias sobre la catástrofe
se iban esparciendo, las organizaciones de socorro y muchos voluntarios desinteresados de todo el mundo se movilizaron para ayudar. Los voluntarios de la sucursal de los testigos de Jehová de la República Dominicana, situada a unos 300 kilómetros (unas 200 millas), también habían sentido el terremoto. Al saber que el epicentro se ubicó en las cercanías de Puerto Príncipe —ciudad con una alta densidad de población, puesto que acoge a un tercio de los 9.000.000 de habitantes de Haití—, los Testigos dominicanos comenzaron de inmediato a organizar la ayuda humanitaria.Habían pasado ciento cincuenta años desde el último gran terremoto que azotó Haití y, por ello, prácticamente se habían dejado de construir edificios a prueba de temblores. Se construían, más bien, con la intención de proteger a la población de huracanes e inundaciones, de ahí que la mayoría de las paredes de bloques y los pesados techos de hormigón no resistieran la sacudida de 7 grados de magnitud. Sin embargo, la sucursal haitiana de los testigos de Jehová, terminada en 1987, fue edificada siguiendo las normas de construcción antisísmica. Aunque está situada cerca del extremo oriental de la capital, apenas sufrió daños.
De la noche a la mañana, la sucursal haitiana se convirtió en un activo centro de socorro. Dado que no se podía confiar en la comunicación telefónica ni por Internet, algunos Testigos se desplazaron dos veces a la frontera con la República Dominicana para enviar informes. Mientras, centenares de personas, bastantes de ellas con heridas graves, acudían a raudales al recinto de la sucursal. A muchas otras las llevaron a los pocos hospitales operativos de la zona, que pronto se llenaron más allá de su capacidad.
Alrededor de los hospitales había gente tirada en el suelo, sangrando y gritando de dolor. Entre la multitud estaba Marla, que había permanecido enterrada ocho horas bajo las ruinas de un edificio. No sentía ni movía las piernas. Los vecinos la habían sacado y la habían llevado a un hospital, pero ¿a cuál? Evan, un médico Testigo que había venido de la República Dominicana, salió a buscarla, con su nombre como único dato.
Ya habían pasado más de veinticuatro horas desde el terremoto y era noche cerrada. Caminando entre los cadáveres que yacían fuera del hospital, Evan oraba en silencio y gritaba el nombre de Marla. Por fin oyó que alguien decía: “Soy yo”. Marla lo miraba con una radiante sonrisa. Anonadado le preguntó: “¿Por qué sonríes?”, a lo que ella respondió: “Porque ahora estoy con mi hermano espiritual”. Evan no pudo reprimir las lágrimas.
Jueves, 14 de enero, tercer día
La sede mundial de los testigos de Jehová, situada en Estados Unidos, junto con las sucursales de Alemania, Canadá, Francia, Guadalupe, Martinica, la República Dominicana y otras, coordinaron los servicios de socorro para aprovechar al máximo los materiales disponibles, los medios de transporte y comunicación, el dinero y los recursos humanos. En total, 78 profesionales médicos Testigos acudieron para ayudar, además de muchos otros voluntarios. A las dos y treinta de la mañana salía de la sucursal dominicana el primer camión de socorro, cargado con más de 6.800 kilos (15.000 libras) de alimento, agua, medicamentos y otros materiales.
Horas después, cuando llegó el cargamento a la sucursal de Haití, se organizó la distribución de los suministros. Los voluntarios tuvieron que camuflar los paquetes con la comida para evitar que los ladrones la vieran y la robaran para revenderla. Trabajaron noche y día a fin de meter los alimentos y otros productos en bolsas pequeñas que serían repartidas individualmente y por familias. En los siguientes meses, los testigos de Jehová distribuyeron gratuitamente más de 450.000 kilos (1.000.000 de libras) de productos donados, entre ellos más de cuatrocientas mil comidas.
Viernes, 15 de enero, cuarto día
A mediodía ya habían llegado a Haití diecinueve médicos, enfermeras y otros profesionales sanitarios Testigos procedentes de la República Dominicana y Guadalupe. Enseguida instalaron un puesto de primeros auxilios. Entre quienes recibieron sus servicios estuvieron los numerosos niños heridos de un orfanato. Además, los Testigos les suministraron comida y lonas para protegerse. “Estoy muy agradecido a los testigos de Jehová —dice Étienne, director del orfanato—. No sé qué hubiéramos hecho sin ellos.”
Perdida y hallada
Cuando ocurrió el terremoto, Islande, de siete años, vio desde su casa cómo se partían los cables de electricidad echando una lluvia de chispas. En el interior, las paredes de bloques cedieron y se le vinieron encima, lo que la lastimó gravemente y le rompió una pierna. Tras sacarla de debajo de los escombros, su padre, Johnny, la llevó al otro lado de la frontera, a un hospital de la República Dominicana. Luego fue trasladada a otro hospital de Santo Domingo, la capital. Pero cuando Johnny llamó más tarde preguntando por ella, Islande ya no estaba allí.
Johnny pasó dos días enteros buscándola en vano. Resulta que Islande había sido trasladada de hospital. Allí una voluntaria la oyó orar a Jehová (Salmo 83:18). “¿Tú adoras a Jehová?”, le preguntó. “Sí”, respondió Islande entre sollozos. “Entonces, no te preocupes. Jehová te cuidará”, le aseguró la joven.
Johnny pidió a la sucursal de la República Dominicana que le ayudara a encontrar a su hija. Una Testigo llamada Melanie se ofreció a buscarla. Mientras Melanie preguntaba en un hospital, la escuchó la voluntaria que había oído orar a Islande y entonces la llevó a donde estaba la niña. A los pocos días, Islande se reunió con su familia.
Operaciones y rehabilitación
Muchos heridos que llegaban al puesto instalado en la sucursal de Haití habían recibido escasa atención médica, si acaso alguna, y tenían extremidades gangrenadas. En bastantes casos, la amputación fue imprescindible para salvarles la vida. Los primeros días tras el terremoto escaseaban el equipo quirúrgico, los medicamentos e incluso los anestésicos. La situación era traumática hasta para los médicos. Uno de ellos dijo: “Hay imágenes y sonidos que le pido a Dios que me borre de la memoria”.
Durante la segunda semana comenzaron a llegar de Europa médicos Testigos que contaban con experiencia y el instrumental necesario para practicar cirugías complejas. El equipo médico realizó 53 operaciones de urgencia y administró miles de otros tratamientos médicos. Wideline, una Testigo de 23 años, había llegado a Puerto Príncipe un día antes del terremoto. Su brazo derecho quedó aplastado durante el temblor y tuvo que ser amputado en un hospital de la zona. Sus familiares la llevaron más tarde a un hospital cerca de su casa en Port-de-Paix,
a siete horas de distancia, pero su salud iba deteriorándose, y el personal del hospital la desahució.Al enterarse de su situación, un equipo de médicos Testigos salió de Puerto Príncipe a fin de atenderla y traerla a la capital para seguir el tratamiento. Cuando los demás pacientes vieron que sus hermanos espirituales habían venido por ella, aplaudieron de alegría. Gracias al apoyo de su familia y la congregación, Wideline se va adaptando bien a sus nuevas circunstancias.
En la República Dominicana, los testigos de Jehová alquilaron casas para que sirvieran de centros de rehabilitación. Los heridos que llegaban eran atendidos por equipos voluntarios de Testigos que se iban turnando: médicos, enfermeras, fisioterapeutas y otro personal sanitario. Todos ellos cuidaron de sus pacientes con mucho gusto.
Transmiten fe, esperanza y amor
Solo 6 de los 56 Salones del Reino de los testigos de Jehová sufrieron destrozos durante el terremoto. La mayoría de los Testigos desplazados se quedaron en los salones que no tenían daños o en otras zonas al aire libre. Acostumbrados a congregarse, los testigos de Jehová se organizaron como si estuvieran en una de sus asambleas.
“Mantuvimos la regularidad de los programas espirituales —dice Jean-Claude, superintendente de una congregación de los testigos de Jehová—, lo que supuso un elemento vital para la estabilidad tanto de jóvenes como de
mayores.” ¿Cuáles fueron los resultados? Cierto hombre exclamó: “Estoy contento de ver a los testigos de Jehová todavía predicando por aquí. Si no los viera, me parecería que la situación es mucho más grave”.Los Testigos consolaron a la gente. “Casi todas las personas con quienes hemos hablado piensan que el sismo fue un castigo divino —comentó uno de ellos—. Les aseguramos que el terremoto es obra de la naturaleza y no de Dios. Les mostramos Génesis 18:25. En este versículo, Abrahán dice que es inconcebible que Dios destruya a los buenos junto con los malos. También les hablamos de Lucas 21:11, donde Jesús predijo grandes terremotos para nuestros tiempos, y les explicamos que pronto él acabará con el sufrimiento e incluso resucitará a nuestros muertos. Muchas personas agradecen de verdad estas palabras de consuelo.” *
Con todo, las dificultades persisten. “Primero fue el terremoto, ahora tenemos que recobrarnos de sus secuelas —señaló Jean-Emmanuel, un médico Testigo—. Además de la amenaza de infinidad de enfermedades que brotan en campos atestados de gente, insalubres y expuestos a la lluvia, existe el trauma emocional, que se ha reprimido pero está ahí.”
Semanas después del terremoto, un Testigo se acercó al puesto de primeros auxilios de la sucursal quejándose de dolor de cabeza e insomnio, típicos síntomas postraumáticos. “¿Se ha golpeado en la cabeza?”, le preguntó una enfermera. “No —respondió estoico—. Mi esposa ha muerto. Llevábamos diecisiete años casados. Pero sabíamos que estas cosas iban a ocurrir, Jesús dijo que ocurrirían.”
Viendo la posible raíz del problema, la enfermera le dijo: “Pero ha perdido a la compañera de su vida. Eso es terrible. Es normal sentir dolor y llorar. Jesús derramó lágrimas cuando su amigo Lázaro murió”. En ese instante, aquel hombre herido se derrumbó y rompió a llorar.
De los más de diez mil Testigos de la zona, 154 murieron a consecuencia del terremoto. Se calcula que más del noventa y dos por ciento de los residentes de Puerto Príncipe han perdido, como mínimo, a un ser querido en la catástrofe. Para ayudar a las personas afectadas tanto física como emocionalmente, los testigos de Jehová las han visitado repetidas veces permitiendo que se desahoguen con plena confianza. Y aunque los Testigos ya conocen la promesa bíblica de una resurrección y de un paraíso terrestre, también han necesitado expresar sus sentimientos de dolor a compañeros afectuosos que les han oído y los han animado con compasión.
Enfrentándose al presente y al futuro
El apóstol Pablo escribió: “Permanecen la fe, la esperanza, el amor, estos tres; pero el mayor de estos es el amor” (1 Corintios 13:13). Estas bellas cualidades permiten que muchos Testigos haitianos aguanten en las presentes circunstancias, animen a otros y miren al futuro sin miedo. Se percibe claramente que detrás de la continua ayuda prestada por Testigos internacionales se esconden la fe verdadera, la unidad y el amor. “Jamás había vivido una manifestación tan grande de amor —dijo Petra, una médico Testigo que viajó desde Alemania para colaborar—. He llorado mucho, pero más de alegría que de pena.”
El periódico The Wall Street Journal calificó el terremoto de Haití de 2010 como “el desastre natural más destructivo que ha experimentado un país, según ciertos criterios”. No obstante, desde entonces el mundo ha sufrido otras catástrofes, ya sean obra de la naturaleza o provocadas por el hombre. ¿Acabarán alguna vez? Los testigos de Jehová de Haití y del resto del planeta estamos seguros de que se acerca el día en que se cumplirá la promesa bíblica de que Dios “limpiará toda lágrima” de los ojos, “y la muerte no será más, ni existirá ya más lamento ni clamor ni dolor”. Todas estas serán cosas del pasado (Revelación [Apocalipsis] 21:4).
[Nota]
^ párr. 31 Para más información, lea el capítulo 11, titulado “¿Por qué permite Dios el sufrimiento?”, del libro ¿Qué enseña realmente la Biblia?, editado por los testigos de Jehová.
[Comentario de la página 15]
“No podía dejar que Ralphendy muriera allí”
[Comentario de la página 19]
“Estoy contento de ver a los testigos de Jehová todavía predicando por aquí”
[Ilustraciones y recuadro de la página 17]
HOGARES PARA LAS VÍCTIMAS
En menos de un mes, ingenieros civiles Testigos comenzaron a comprobar si las casas de los hermanos eran seguras y habitables. Muchos que perdieron su hogar necesitaban un sitio donde vivir hasta que pudieran encontrar uno permanente.
“Basándonos en la experiencia de organizaciones internacionales de socorro, diseñamos una casita económica y fácil de montar, de un tamaño semejante al de los hogares en que muchos habían vivido —explica John, miembro de la sucursal de los testigos de Jehová de Haití —. Los protegerá de la lluvia y el viento, sin que corran el riesgo de ser aplastados en caso de más temblores.” Tan solo tres semanas después del terremoto, un equipo de voluntarios internacionales y haitianos comenzó a construirlas.
La gente en la calle vitoreaba el paso de los camiones cargados con los elementos necesarios para armar estas casitas. Un funcionario de aduanas comentó mientras daba el visto bueno a la importación de los materiales de construcción: “Los testigos de Jehová fueron de los primeros en cruzar la frontera para ayudar al pueblo haitiano. No solo hablan, actúan”. En solo unos meses, los Testigos ya habían levantado 1.500 casitas para los necesitados.
[Mapa de la página 14]
(Para ver el texto en su formato original, consulte la publicación)
HAITÍ
PUERTO PRÍNCIPE
Léogâne
Epicentro
Jacmel
REPÚBLICA DOMINICANA
[Ilustración de la página 16]
Marla
[Ilustración de la página 16]
Islande
[Ilustración de la página 16]
Wideline
[Ilustración de la página 18]
Un grupo de testigos de Jehová haitianos se dirige a consolar a las víctimas de la catástrofe
[Ilustración de la página 18]
Médico tratando a un chico en el puesto de primeros auxilios que abrieron los Testigos