“Me niego a rendirme”
“No podía acostarme ni levantarme de la cama sola. Me dolía caminar. La garganta se me cerraba y no podía tragar los analgésicos. Tenía úlceras y acidez estomacal. Se me formaron llagas que no querían sanar; algunas se me gangrenaron. Y lo peor es que no sabía lo que me pasaba. Tenía apenas diez años.” (Elisa)
EL TÉRMINO esclerodermia (del griego “piel endurecida”), se usa para denominar a un grupo de enfermedades que afligen a dos millones y medio de personas en el mundo. El tipo más común en los niños es la esclerodermia localizada, que se limita a la zona de la piel.
No obstante, a Elisa le diagnosticaron un tipo de esclerodermia generalizada, el cual afecta gravemente órganos como los riñones, el corazón, los pulmones y el sistema digestivo. Los médicos creían que el tratamiento solo alargaría la vida de Elisa cinco años más, pero catorce años después, Elisa sigue adelante en la batalla. Y aunque continúa enferma, no ha perdido el optimismo. ¡Despertad! habló con ella sobre su enfermedad y el valor que ha demostrado.
¿Cómo supiste que estabas enferma?
Cuando tenía nueve años, me corté en el codo y el dolor fue exagerado. Además, en vez de sanar, la herida creció y creció. Me hicieron pruebas de sangre y allí descubrieron que tenía esclerodermia. Como me estaba agravando muy rápido, urgía encontrar un médico con experiencia en el tratamiento de mi enfermedad.
¿Y encontraron alguno?
Sí, a una reumatóloga. Ella les dijo a mis padres que necesitaba quimioterapia para frenar el avance de la enfermedad. Me dio solo cinco años más de vida, pero cabía la posibilidad de que los síntomas se redujeran al mínimo. El problema era que mis defensas se debilitarían tanto que hasta un simple resfriado podría matarme.
Obviamente no sucedió lo peor.
No, afortunadamente aquí sigo. Aunque más o menos a los 12 años comenzaron a darme unos dolores horribles en el pecho. Me duraban media hora y a veces me daban dos por día. Eran tan fuertes que me hacían gritar.
¿Qué los causaba?
Los doctores descubrieron que mi nivel de hemoglobina era bajísimo y que mi corazón estaba trabajando de más para bombear sangre al cerebro. Lo bueno es que el problema se corrigió en unas semanas con tratamiento. Pero recuerdo que llegué a pensar que en cualquier momento podía morir. Me sentía totalmente indefensa, sin ningún control sobre mi situación.
Han pasado 14 años desde que te diagnosticaron. ¿Cómo te encuentras ahora?
Pues vivo con dolor constante y tengo varios problemas, como úlceras, fibrosis pulmonar y una terrible acidez estomacal. Pero aun así me niego a rendirme o a desperdiciar mi tiempo compadeciéndome. ¡Estoy demasiado ocupada para eso!
¿En qué cosas estás ocupada?
Me encanta dibujar, confeccionar ropa y hacer joyería. Pero como soy testigo de Jehová, lo más importante para mí es dar clases de la Biblia. Cuando no tengo fuerzas para predicar a la gente de casa en casa, acompaño a otros Testigos a darles clases a sus estudiantes. Incluso he tenido mis propios estudiantes. Hablar de la Biblia le da propósito a mi vida.
¿Por qué realizas esa labor con todos los problemas que tienes?
Sé que las cosas de las que hablo con la gente son muy importantes. Además, ayudar al prójimo me mantiene ocupada y me hace feliz. Incluso me siento mejor de salud. En esos momentos me olvido de que estoy enferma.
¿Cómo te ha ayudado la Biblia a ser optimista?
La Biblia me recuerda que mis sufrimientos —y los de los demás— son pasajeros. Revelación (Apocalipsis) 21:4 dice que pronto Dios limpiará las lágrimas de nuestros ojos y que desaparecerán la muerte, el sufrimiento, los lamentos y el dolor. Reflexionar en pasajes como ese fortalece mi fe en la promesa que Dios ha hecho: la promesa de un futuro mejor para todos, no solo para los que estamos enfermos, para todos.